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lunes, 4 de enero de 2016

La pintura española del siglo XVIII

GOYA La vida de este hombre revela cómo una chispa de talento, bien cultivada y servida por una voluntad y una constancia que no flaquean, puede llegar al supremo grado que al hombre le es dado alcanzar. Sus comienzos fueron difíciles, sus exámenes académicos poco brillantes. Cuando tenía veinticinco años lo encontramos en Italia, absorbiendo sin duda el soplo maravilloso de aquel arte. El cromatismo de sus obras maestras revela el conocimiento de los coloristas venecianos. De regreso en España, trabaja pintando cartones para tapices en la Real Fábrica, de 1775 a 1791, con un sueldo modesto que le permite vivir y, al mismo tiempo, renovarse en su arte: el tapiz de Goya no sigue la forma tradicional, sino que se convierte en una obra de arte viva, al grado que puede decirse que la colección magnífica que se tejió con modelos suyos, es una serie de pinturas admirables llevadas al telar. Allí pueden apreciarse sus dotes de observador, su incomparable facultad de colorista, pero, sobre todo, su optimismo sano y vigoroso que capta una vida risueña, desprovista de complicaciones e intrigas. En este mismo período, Goya, que poseía igualmente el arte de "ganar amigos", logra pintar una serie de retratos en que adiestra su mano en este género, en el cual llegaría después a culminar como el último gran retratista de un país que había sido pródigo en grandes retratistas. Goya fue el pintor que, con Velázquez, alcanzó sin duda una de las dos cumbres más altas de la pintura española de todos los tiempos. Colorista eximio, descolló en el retrato, el paisaje y la composición. Pero como narrador su genio no fue menos excelso, y su serie de los "Desastres de la Guerra" es un monumento de la pintura temática. Pudo ser llamado "el primer pintor moderno del mundo", porque en sus últimas épocas pareció anticiparse a la pintura que más de un siglo después sería cultivada en los tiempos actuales. Pero la tragedia acecha la vida del hombre: en 1792, después de una grave enfermedad, Goya se queda completa- mente sordo. La crisis es formidable: la sordera del artista, aislándolo del mundo externo, parece que le obliga a volver, no ya su oído, sino sus ojos a su propio mundo interior. Entonces surge la serie de los Caprichos, de esos tremendos grabados tragicómicos que parecen una historia descarnada de la humanidad. Un lapso de reposo sereno, le permite realizar la maravilla de los frescos de San Antonio de la Florida, en que campea ya su genio en plenitud. Además, sigue pintando retratos, los mejores retratos que se hayan pintado en España: como no oye, parece que su espíritu ha agudizado su capacidad para ver el alma de sus modelos y trasladarla a la tela. La invasión francesa despierta la tragedia que late en su espíritu: el artista no es un patriota que se lance al combate, sino que sigue cobrando su sueldo como pintor de cámara del intruso rey José. Con mucha razón se le considera por encima de estas pequeñeces: su arte pertenece al mundo. La segunda gran serie de grabados, Los Desastres de la Guerra, revelan bien el alma de Goya: no implican propaganda patriótica, ni siquiera antifrancesa; constituyen una enorme propaganda contra la guerra, contra el absurdo propósito del hombre que destruye y tortura al hombre; una enorme propaganda en beneficio de la humanidad entera. La más admirable manifestación del arte de Goya se encuentra en ciertos cuadros en que el artista, cuya sordera parece que se va tornando en locura, nos ofrece una pintura casi abstracta, de temas absurdos, de temas sin tema, como si se adelantase en un siglo a su época. En realidad Goya es el primer pintor moderno del mundo, por la enorme riqueza de espíritu que vuelca en su obra, por la técnica que, apartándose de la Academia, revela todas las posibilidades que después habrían de tornarse realidad en manos de artistas posteriores, que deberían confesar cuánto deben a la obra de este artista genial.
RETRATO DE ANTONIA ZARATE.

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