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lunes, 4 de enero de 2016

El arte de los tiempos prehistóricos

Se conoce con el nombre de Arte Prehistórico el que floreció en los tiempos primitivos de la humanidad, antes de que existiera la escritura. Durante la Edad de Piedra se trabajaba este material rudamente, grabándolo con huesos de animales o con pedernal. En la caverna de Altamira en España, según observación del autor, la Pintura y la Escultura parecen nacer simultáneamente, pues el hombre aprovecha las protuberancias de las rocas en la gruta para pintar con toscos colores figuras de animales: de bisontes, de mamuts, a los cuales rinde adoración. Este arte rudimentario logra a veces efectos de gran realismo, sobre todo cuando reproduce animales en movimiento. Se puede citar como uno de los ejemplares más famosos del arte prehistórico, el conjunto de pinturas que decoran la bóveda natural de la mencionada caverna de Altamira, cerca de Santander, en España. El hombre primitivo ha representado aquellos animales que para él eran más necesarios o más temibles, en una forma inolvidable para quien los ha visto. No son sólo pinturas, sino que algunas presentan el relieve de la roca, como sí el hombre, no pudiendo esculpirlas por su propia mano, aprovechara la obra de la naturaleza completándola simplemente con pintura.
BISONTE DE LA CUEVA DE ALTAMIRA. La reproducción da una idea de cómo pintaban los artistas de la Epoca Glacial, en España del Norte. El vigor y la elegancia del contorno son realmente notables revelan un seguro sentimiento artístico. Otras veces son dibujos grabados sobre la roca o sobre huesos de animales. En los museos se conservan algunas piezas que revelan un notable sentido de la forma y una observación muy fina de la realidad. Como este arte es un arte ingenuo, casi de la época en que la humanidad puede ser comparada con un niño, no fue sino hasta estos últimos tiempos cuando se apreció debidamente, y en muchas obras de artistas contemporáneos, como veremos oportunamente, pueden encontrarse influencias del arte prehistórico, en su simplicidad, en su afán de estilizar el modelo y en su espíritu desprovisto de complicación, como si fuera el de un ser inocente. Para su mejor estudio, el Arte Prehistórico se divide conforme a las diversas épocas o edades por que atraviesa la humanidad. Así, la primera división comprende dos grandes partes: la Edad de Piedra y la Edad de los Metales. La primera se subdivide en Paleolítica, o sea de la piedra sin pulir, Mesolítica, intermedia entre la anterior y la Neolítica, o edad de la piedra pulimentada. La Edad de los Metales comprende en primer lugar la del Cobre, luego la del Bronce y finalmente la del Hierro. Nos conviene, antes de cerrar este capítulo, echar un vistazo general a estos tiempos remotos de la antigüedad, pues en ellos se encierran ya los grandes ciclos artísticos que hasta el día de hoy se irán desarrollando, como grandes espirales ascendentes, en la historia de la humanidad. Tenemos, si no tan abundantes y ricos como podríamos desear, testimonios muy significativos de cada uno de los períodos prehistóricos que hemos mencionado. En la Edad de Piedra, se manifiestan ya dos características que, como serán fundamentales en toda la historia del arte, nos convendrá retener atentamente. La primera es el estilo naturalista, entendiendo por ello la representación de cosas naturales, capta. das con más o menos exactitud en toda su fisonomía particular, pero siempre lo bastante fieles a ese modelo particular como para que podamos reconocerlo; y la segunda, por el contrario, indiferente a la fisonomía particular de los objetos que se ven en la naturaleza, de los cuales hace abstracción —por lo que a esta actitud la llamaremos estilo abstracto— y más bien interesada en los rasgos generales de las cosas, comunes a todas ellas, de donde estas cosas en sí mismas se van esquematizando hasta el extremo de hacerse irreconocibles. Como los rasgos generales de las cosas suelen ser lógicamente sus líneas —rectas, curvas, quebradas— a este estilo se le llama también (y particularmente en los tiempos prehistóricos) estilo geométrico. Ejemplos del estilo naturalista, los tenemos en el Paleolítico Superior, en la Edad del Bronce, en la Antigüedad clásica, y en el Renacimiento, hasta el día de hoy. El estilo abstracto, en cambio, se observa preferentemente en el Neolítico, en la Edad del Hierro, el Medioevo, y gran parte del arte modernista actual. Como se ve, estos dos estilos parecen darse de modo alternado, como si registraran ambos extremos un movimiento de péndulo. Debe tenerse muy presente, sin embargo, que estos dos estilos no se suceden de manera rígida uno a otro, ni existen siempre de modo inequívoco y nítido en las épocas mencionadas. Así, en Micenas, el estilo de la Edad del Bronce registra un aspecto naturalista típico, mientras este mismo estilo del bronce es en Mesopotamia y Egipto menos naturalista, en el primero porque el realismo desdeña la reproducción de muchas formas particulares y carece del propósito de la exactitud, y en el segundo porque la obediencia a normas artísticas obliga al artista y a su afán realista a moverse dentro de cánones establecidos por el sacerdocio, matemáticos muchas veces, derivados sin duda de los estilos abstractos del Neolítico de donde nace todo el llamado arte del antiguo Egipto. En la misma forma, entre una época y otra se registran en infinidad de matices formas de transición, que aseguran precisamente la continuidad del arte entre estos dos estilos aparentemente antagónicos. Ejemplos de estas formas de transición los encontramos en el naturalismo esquematizado y geometrizante del Mesolítico o Epipaleolítico —transición entre el naturalismo del Paleolítico superior y el geometrismo del Neolítico— o, más moderna» mente, entre el abstraccionismo relativo del Románico medieval y su posterior naturalización progresiva en el pre-Renacimiento, que culminará en el naturalismo casi total del Renacimiento avanzado

El arte romano (PINTURA ROMANA)

La pintura romana fue de gran importancia, dados los restos que se han descubierto en Pompeya, la ciudad que fue sepultada por el Vesubio. Los frescos pompeyanos tienen la particularidad de registrar no solamente la pintura romana & la época, sino a través de ella, de toda la pintura helenística y, más aun, de toda la pintura griega. Esto ocurre por dos motivos: primero, porque en los cuatro períodos de su evolución, desde los últimos tiempos de la República hasta la destrucción de la ciudad en el año 79 de la Era Cristiana, va registrando sucesivamente todas las modalidades del arte griego, entonces conservado en los muros y las pinacotecas desde antes de Polignoto hasta la fecha más reciente, y cuya influencia recibe; segundo, porque esta influencia llega en muchos casos a la imitación más literal, de suerte que los frescos pintados en las paredes de las casas pompeyanas, muchas veces por pintores griegos, son con frecuencia réplicas fieles de cuadros o murales pertenecientes a Parrasios, Zeuxis, Apeles, o cualquier otro famoso pintor de la historia artística griega. En cuanto a la decoración, que sirve de marco y de adorno a estos cuadros murales, también la influencia oriental, y a veces egipcia, les lleva a un tipo de pintura determinado, especialmente en el segundo y cuarto período (son cuatro en total) llamados también segundo y cuarto estilos. Aquí, los frescos pompeyanos imitan la arquitectura con una perfección tal, con una perspectiva tan exacta, que a veces parece que continúan los edificios en que se encuentran. Más tarde se van tornando en fantasía, se pierden estas cualidades y se crea una arquitectura extraña y exótica, pero llena de personalidad, al grado de que se forma un verdadero sistema que se ha de imitar a través de los siglos en el nombre genérico, aunque impreciso e inexacto, de "estilo pompeyano".
PINTURA POMPEYANA. Detalle de una pintura mural de la Casa de los Vetios, Pompeya, que muestra a Hércules niño. Probablemente, reproduce un cuadro helenístico. Cultivaron los romanos el retrato en la pintura tan intensamente como en la escultura; su realismo llegó a veces a tal grado que exageró los rasgos característicos del modelo, casi hasta caer en la caricatura. Algunos frescos que han llegado a nosotros, revelan un estudio profundo del arte pictórico, así en el fondo sugestivo del tema como en la composición y en la obra llevada a cabo; esto no es extraño, pues con Apeles, que fue el único pintor áulico en su época autorizado para reproducir los rasgos de Alejandro, y por lo tanto favorito del emperador, el retrato naturalmente había llegado a la cumbre de su perfección técnica. Tal es, por ejemplo, el famoso cuadro llamado Las Bodas Aldobrandinas, que se conserva en el Museo del Vaticano, y el cual, probablemente, es una réplica de uno de los numerosos cuadros pintados por Apeles o su escuela con el asunto de las bodas de Alejandro con Roxana. Roma nos dejó una herencia de arte que se cubrió con un velo tupido durante la Edad Media; y cuando ésta termina, los hombres recuerdan nuevamente que había existido un pueblo creador de un arte suntuoso, que admiraba, antes que nada, la belleza del cuerpo humano. Entonces, desenterrando mármoles, descubriendo mosaicos, encontrando pinturas, caerán llenos de asombro ante aquella manifestación tan suntuosa y, adaptándola a los tiempos nuevos, con ayuda de otros factores, formarán el arte glorioso que conocemos con el nombre de Renacimiento

El arte romano (introducción)

El apogeo del arte romano surge en el período de Augusto y termina con los Antoninos, de fines del siglo I a. de J. C., al segundo siglo de nuestra Era. El imperialismo romano extendía su arte por el Africa y por toda Europa. En el siglo in su decadencia es completa. Dos factores forman los orígenes del arte romano, por una parte Etruria, por otra parte la influencia directa de Grecia, que se debe a varias causas complicadas: la radiación intensísima del arte de Grecia en su apogeo; el centro artístico del mundo, a la muerte de Alejandro, se trasladó de Atenas a Roma; los artistas griegos pasaron a Italia y continuaron allí la tradición y el desarrollo de la gran escultura griega; la imitación romana del arte griego cundió rápidamente y, por fin, los romanos saquearon Grecia, trasladando a Roma todas las obras de arte que pudieron. La primera manifestación escultórica en Roma es de imitación griega y así tenemos tres escuelas: la Escuela Asiática, la Escuela Atica y la Escuela Arcaica. La escultórica propiamente romana abarca varios géneros: desde luego la escultura mitológica que continúa la misma serie de dioses que poseían los griegos, traducidos al idioma latino; así tenemos: Dioses griegos -: Dioses romanos: Zeus - Júpiter Hera - Juno Poseidón - Neptuno Hermes - Mercurio Afrodita - Venus Atenea - Minerva Eros - Cupido Dionisos - Baco

El arte romano

ESCULTURA Las estatuas de los dioses continúan siendo esculpidas dentro del antropomorfismo más servil y del culto a la belleza humana que caracteriza al arte griego. Sin embargo, no alcanza ni la perfección ni la sobriedad helénicas, y es visible su carácter típicamente artesanal. Esculpieron los romanos numerosas estatuas alegóricas que aún se conservan en los museos, pero la obra capital de la escultura romana debe buscarse en los retratos. Así como los griegos ensalzan la belleza en las figuras de sus dioses, los romanos buscan en sus retratos una verdad terrena, como si dijéramos, con un sentido más práctico del arte; representan todas las pasiones, todos los detalles característicos de cada cabeza, con un realismo que sólo muchos siglos después habrá de volver a florecer sobre la tierra. Todos los emperadores romanos y sus mujeres, han sido fielmente retratados por los escultores de Roma, cuyos nombres desgraciadamente no ha conservado la historia. Como obra notable debe mencionarse, antes que nada, la gran estatua de Augusto, en el Vaticano, trabajada el año 27 a. de J. C. Aparece el emperador vestido a la heroica, con una coraza riquísima que le cubre el torso, una pequeña túnica plegada debajo de la cintura, descalzo de pierna y pie, levantando la diestra en señal de mando, en tanto que con la mano izquierda sostiene el cetro; un angelillo a sus pies parece conducirlo en su marcha. Nada más majestuoso, más lleno de vigor y de verdad que esta estatua que, a la vez que un retrato, parece un símbolo: es César Augusto, pero es, también, el imperio romano. Algunas otras estatuas deben recordarse como expresión del genio de Roma, así la famosa de Marco Aurelio, figura a caballo en bronce, que se encuentra en el Capitolio de Roma. La reproducción fidelísima del corcel sobre el cual, vestido a la heroica, cabalga el noble emperador y filósofo, es inolvidable, en aquel sitio de maravilla que se yergue rodeado por los bellos edificios que creara el genio de Miguel Angel.
MARCO AURELIO. La estatuaria romana tiene su obra maestra en este monumento a Marco Aurelio (121-180 d. de J. C.), fundido en bronce. Se encuentra en la plaza del Capitolio, Roma. Cultivaron los romanos, igualmente, la escultura decorativa en una forma notable, tan intensa y emotiva como las anteriores: multitud de sarcófagos se encuentran cubiertos de relieves en que aparecen las escenas más variadas, desde una procesión de mujeres, envueltas en sus túnicas características, hasta un combate completo. Otras veces es la Historia la que proporciona los temas, y así podemos encontrar una historia esculpida en bajo relieve que se arrolla en torno del fuste de la columna de Trajano en Roma.

El arte románico

Mientras el arte cristiano primitivo realizaba sus primeras experiencias artísticas, en las ciudades del interior de Europa las influencias dejadas por los romanos en sus colonias siguieron desarrollándose lentamente, elaborando así lo que más tarde serían las bases del arte cristiano medieval. Así, en la época de Carlomagno (742-814) se produce en el área de su imperio, y especialmente en Francia, un notable desarrollo de la miniatura en el que se van distinguiendo claramente diversas tendencias o escuelas, según los lugares en que se produce, y los manuscritos miniados carolingios se dividen en varios grupos, entre ellos los de Winchester, en Inglaterra, Metz, Tours, Reims, etc. En tiempos de los Otones (siglo X) se prolongan estas diversas escuelas miniaturistas, especialmente en Alemania. Cobran también importancia los trabajos en marfil, donde se aplica ya, como ocurriera en los manuscritos, el genio que más tarde se hará presente en la decoración de las iglesias románicas. Se llama arte románico el que florece durante los siglos XI y XII. Su nombre expresa perfectamente sus características; se deriva de Roma, pero también ha recibido la influencia bizantina. Esta palabra románico no debe confundirse ni con romano, que es el arte de la antigua Roma, ni con romántico, que designa una manifestación de arte que floreció en la primera mitad del siglo XIX, como a su tiempo veremos. El arte románico fue esencialmente arquitectónico y creó nuevas formas de monumentos para iglesias y monasterios. Por tanto la escultura es, ante todo, decorativa. Cuando el artista trata de reproducir la persona de Cristo o de los santos, lo hace de manera ingenua que recuerda el arte bizantino, en lo menudo de sus pliegues paralelos y en el alargamiento de la figura. Todos los personajes son esbeltos y algunas veces la deformación llega a la monstruosidad. Emplea frecuentemente el relieve para decorar los tímpanos de las iglesias, o sea el espacio semicircular que se alza sobre la puerta principal. Allí se coloca a Cristo en majestad o al Padre Eterno que llaman Pantócrator. Las catedrales francesas de los siglos XI y XII se encuentran decoradas con estas ornamentaciones escultóricas. Entre las más notables deben citarse la de la abadía de Vézelay, en Borgoña, y la iglesia de Moissac; pero, indudablemente, la obra más notable de la escultura románica se encuentra en España: el Pórtico de la Gloria, en la catedral de Santiago de Compostela, en Galicia, obra del siglo XII, atribuida al maestro Mateo, cuya estatuilla se encuentra al pie del pilar central del pórtico. Revela una intensa imaginación y una piedad muy profunda. Es un mundo de figuras el que cubre los tres arcos que constituyen el pórtico; la piedra se encuentra suavemente policromada, y en la actitud de cada personaje y en la expresión de sus rostros, todos diversos, vemos el genio del artista románico que se aleja ya del hieratismo de obras anteriores, para producir un monumento lleno de vida y de emoción que nos conmueve profundamente. La pintura románica es, como la escultura, fundamentalmente decorativa; los muros están decorados con pinturas al fresco de coloración sobria y oscura y este arte está sujeto a determinadas limitaciones por razón natural de la época y de las condiciones impuestas por la Iglesia. Así, las figuras de Jesús, de la Virgen y de los Apóstoles aparecen como habían sido concebidas en Oriente, y de la influencia bizantina subsiste la estilización, el alargamiento de las figuras, el pliegue de los paños y la composición rudimentaria. En el arte románico empiezan a aparecer representaciones monstruosas del infierno, de los diablos, de los condenados y de monstruos, que más tarde aprovechará el arte ojival. Otra manifestación de la pintura de esta época consiste en la decoración de manuscritos. Los más notables se guardan en Inglaterra, en el famoso Museo Británico, y revelan la misma ingenuidad de la pintura mural, pero, a la vez, el mismo lujo del arte bizantino, sobre todo en la decoración de las grandes letras mayúsculas con que comienzan los capítulos, y que se llaman capitulares.
PORTICO DE LA GLORIA. Un inundo de figuras cubre los tres arcos que constituyen el pórtico de la Catedral de Santiago de Compostela, hecho en el siglo mi por el maestro Mateo, verdadera obra maestra del arte románico.

La pintura española del siglo XVIII

GOYA La vida de este hombre revela cómo una chispa de talento, bien cultivada y servida por una voluntad y una constancia que no flaquean, puede llegar al supremo grado que al hombre le es dado alcanzar. Sus comienzos fueron difíciles, sus exámenes académicos poco brillantes. Cuando tenía veinticinco años lo encontramos en Italia, absorbiendo sin duda el soplo maravilloso de aquel arte. El cromatismo de sus obras maestras revela el conocimiento de los coloristas venecianos. De regreso en España, trabaja pintando cartones para tapices en la Real Fábrica, de 1775 a 1791, con un sueldo modesto que le permite vivir y, al mismo tiempo, renovarse en su arte: el tapiz de Goya no sigue la forma tradicional, sino que se convierte en una obra de arte viva, al grado que puede decirse que la colección magnífica que se tejió con modelos suyos, es una serie de pinturas admirables llevadas al telar. Allí pueden apreciarse sus dotes de observador, su incomparable facultad de colorista, pero, sobre todo, su optimismo sano y vigoroso que capta una vida risueña, desprovista de complicaciones e intrigas. En este mismo período, Goya, que poseía igualmente el arte de "ganar amigos", logra pintar una serie de retratos en que adiestra su mano en este género, en el cual llegaría después a culminar como el último gran retratista de un país que había sido pródigo en grandes retratistas. Goya fue el pintor que, con Velázquez, alcanzó sin duda una de las dos cumbres más altas de la pintura española de todos los tiempos. Colorista eximio, descolló en el retrato, el paisaje y la composición. Pero como narrador su genio no fue menos excelso, y su serie de los "Desastres de la Guerra" es un monumento de la pintura temática. Pudo ser llamado "el primer pintor moderno del mundo", porque en sus últimas épocas pareció anticiparse a la pintura que más de un siglo después sería cultivada en los tiempos actuales. Pero la tragedia acecha la vida del hombre: en 1792, después de una grave enfermedad, Goya se queda completa- mente sordo. La crisis es formidable: la sordera del artista, aislándolo del mundo externo, parece que le obliga a volver, no ya su oído, sino sus ojos a su propio mundo interior. Entonces surge la serie de los Caprichos, de esos tremendos grabados tragicómicos que parecen una historia descarnada de la humanidad. Un lapso de reposo sereno, le permite realizar la maravilla de los frescos de San Antonio de la Florida, en que campea ya su genio en plenitud. Además, sigue pintando retratos, los mejores retratos que se hayan pintado en España: como no oye, parece que su espíritu ha agudizado su capacidad para ver el alma de sus modelos y trasladarla a la tela. La invasión francesa despierta la tragedia que late en su espíritu: el artista no es un patriota que se lance al combate, sino que sigue cobrando su sueldo como pintor de cámara del intruso rey José. Con mucha razón se le considera por encima de estas pequeñeces: su arte pertenece al mundo. La segunda gran serie de grabados, Los Desastres de la Guerra, revelan bien el alma de Goya: no implican propaganda patriótica, ni siquiera antifrancesa; constituyen una enorme propaganda contra la guerra, contra el absurdo propósito del hombre que destruye y tortura al hombre; una enorme propaganda en beneficio de la humanidad entera. La más admirable manifestación del arte de Goya se encuentra en ciertos cuadros en que el artista, cuya sordera parece que se va tornando en locura, nos ofrece una pintura casi abstracta, de temas absurdos, de temas sin tema, como si se adelantase en un siglo a su época. En realidad Goya es el primer pintor moderno del mundo, por la enorme riqueza de espíritu que vuelca en su obra, por la técnica que, apartándose de la Academia, revela todas las posibilidades que después habrían de tornarse realidad en manos de artistas posteriores, que deberían confesar cuánto deben a la obra de este artista genial.
RETRATO DE ANTONIA ZARATE.

La pintura española durante el siglo de oro

Un pequeño grupo de pintores forma la transición del siglo XVI al XVII, en que se acentúa el realismo en forma notable. Mencionaremos entre ellos a FRANCISCO PACHECO, FRANCISCO DE HERRERA, llamado el Viejo, y JUAN DE LAS ROELAS, pintores estimables los tres por sus diversas producciones. El gran siglo de oro cuenta con tres centros principales: Valencia, Madrid y Andalucía. En Valencia encontramos una de las grandes figuras de la época: JOSE DE RIBERA (1591-1652), llamado "El Españoleto", porque la mayor parte de su vida la pasó en Italia, pero sin renegar de su nacionalidad española. Ribera es ya un pintor barroco que ha sabido aprovechar la enseñanza de los italianos, especialmente del Caravaggio: la del modelo iluminado por un solo lado, de modo que gran parte queda en la sombra, es decir, se subraya el contraste del claroscuro. Por eso ha sido llamado Ribera "el rey de los pintores tenebristas": gusta de fondos sombríos y en ellos se destaca, fuertemente iluminada, la carne de sus personajes surcada de arrugas, con un realismo completamente español. Ribera no ha sido lo bien estudiado que merece: existe en él un misticismo que, si no es comparable al del Greco, no es menos intenso y no deja de poseer magníficos recursos. El centro pictórico de Madrid, en la época de Felipe IV, se ve deslumbrado por un nombre glorioso: DIEGO RODRIGUEZ DE SILVA Y VELAZQUEZ (1599-1660), fue discípulo de Pacheco, de quien adquirió la precisión de dibujo, y se casó con la hija de su maestro, según costumbre muy frecuente entre los pintores. Velázquez es uno de los más grandes pintores de España. Su arte es variado, pues va desde las pinturas de bufones y enanos de la corte hasta los grandes cuadros que hoy se admiran en los museos. Las Meninas y Las Hilanderas son consideradas como las pinturas más bellas que haya creado este artista. Su técnica, es decir, su manera especial de pintar, goza de grandes recursos, pues sabe moverse dentro del realismo característico del arte español, sin que pueda comparársele con otro artista de la época. La crítica de la pintura de Velázquez ha superado lo que se decía antes acerca del maestro. Quienes deseen salir de este cartabón, pueden consultar el pequeño y gran libro escrito por José Moreno Villa acerca de Velázquez. Destaquemos nosotros solamente la enorme influencia que a través del tiempo ha ejercido su pintura. Cuando a fines del siglo XIX, como veremos oportunamente, el impresionismo crea toda una revolución artística con su propósito de pintar antes que nada la luz natural, Velázquez, con sus telas claras y llenas de una atmósfera luminosa, será uno de los maestros reverenciados de los impresionistas, quienes verán en él a un precursor. Porque Velázquez fue, más que ninguna otra cosa, al pintor de la luz. Dos nombres imperan en Madrid en la época de Carlos II: JUAN CARREÑO DE MIRANDA (1614-1685) y CLAUDIO COELLO (1624-1693). Es Carreño, antes que nada un retratista, sabe reproducir los ampulosos vestidos de su época a la perfección, pero su retrato no es simplemente el retrato superficial que se limita a la tela o a la tez. De sus admirables retratos de Mariana de Austria, deducimos que este hombre sabía traducir a la tela, no sólo las formas, sino los efectos, las cualidades. Su pincel sobre los labios de esta reina vestida de monja, es un pincel sensual que revela en su obra toda la femineidad del modelo. Claudio Coello fue también retratista y su obra más famosa la encontramos en el Escorial: el cuadro en que Carlos II y su corte adoran la custodia. La ciencia del pintor es notable, la perspectiva es tan perfecta que el cuadro parece una continuación real de la estancia. Otro grupo de pintores de segunda magnitud aparece en Madrid. Mencionaremos entre ellos, como el más notable, a MATEO CEREZO (1626-1666). Entre las obras de Cerezo sobresalen algunos Bodegones. El arte realista de este hombre sabe reproducir a maravilla, en sus cuadros, infinidad de objetos: comestibles, verduras, animales, trastos, toda esta serie de cosas que forman lo que se llama naturaleza muerta, y a la cual, valga la paradoja, el artista ha sabido darle vida. Andalucía florece pictóricamente en tres centros: Sevilla, Córdoba y Granada. En Sevilla existen tres pintores que bastarían para dar honra a cualquier país: FRANCISCO DE ZURBARAN, BARTOLOME ESTEBAN MURILLO y JUAN DE VALDES LEAL. Es Zurbarán (1598-1664) un pintor semejante a Ribera, así en el gusto por los cuadros sombríos con figuras y contraste de luz, como por sus perfecciones técnicas. Pinta una serie ele monjes, en cuya vestidura blanca se revela el genio del artista y al lado de ellos una serie de santas vestidas a la moda del siglo XVII, en el más delicioso y atrayente de los anacronismos. Al lado de Zurbarán, Murillo parece un pintor fácil: una especie de Rafael frente a Miguel Angel. Sin embargo, el gran sevillano produjo un arte muy variado. Hoy no se aprecian tanto como en tiempos pasados sus Purísimas, que produjo en gran cantidad; pero nadie niega el mérito de sus cuadros de género, es decir, sus escenas típicas de arrapiezos sevillanos, o de gitanas disfrazadas muchas veces de santas. MURILLO. En cierto modo menospreciado por la crítica moderna, Murillo debe ser considerado como una valiosa expresión del barroquismo pictórico español. Este cuadro representa a Santo Tomás niño dividiendo sus ropas con los niños pobres. Juan de Valdés Leal (1622-1690) sabe llevar el realismo hasta extremos horripilantes. Nadie olvidará, si los ha visto una vez, sus famosos cuadros del hospital de la Caridad, en Sevilla: El triunfo de la Muerte y El tránsito de las glorias mundanas; es una sátira terrible contra la vanidad del mundo, que él ha reducido a nada, a escombros, a esqueletos, a objetos putrefactos: al cadáver del obispo, con rica mitra y báculo de oro en las manos, casi le percibimos el olor de la carne a tenaceada por los gusanos. El arte, sirviendo un fin moral, es aquí verdaderamente macabro.

El arte cristiano primitivo

El arte de las catacumbas, o sea el de los sepulcros en que se enterraba a los primitivos cristianos en Roma, es un arte ingenuo y simbólico. Por una explicable reacción contra el antropomorfismo, es decir, la representación de los dioses en forma humana, que fuera la esencia de la religión pagana, tanto en Grecia como en Roma, los cristianos recurren a símbolos para expresar la divinidad. Estos símbolos son: la paloma, el navío, el faro, el delfín, el cordero, la vid, el pez, el anda. Aparecen únicamente unas cuantas figuras: la imagen del Buen Pastor y la imagen de Cristo. Hasta el siglo y, Cristo aparece como un joven imberbe, con el rostro enmarcado con cabellos rizados. A partir de esa época se le ve como un varón respetable y barbado. La pintura de las catacumbas ofrece un carácter didáctico o educativo: reproduce los símbolos cristianos para que los fieles los conozcan y los veneren. Parece una protesta contra la pintura decorativa que usaban los paganos. Las principales catacumbas de Roma son las de San Calixto, Flavia Domitila y Santa Priscila. Las figuras están pintadas al fresco o grabadas con un punzón sobre una fina superficie cubierta de estuco.
PINTURA CRISTIANA DE LAS CATACUMBAS. Este mural pertenece a la catacumba de Priscila, en Roma, y fue pintado hacia el año 300. A la izquierda, se representa a la muerta, con el contrato matrimonial. Al centro, a la muerta bienaventurada. A la derecha, a la muerta, madre. El arte cristiano primitivo se refugió en estas cuevas sepulcrales y, repudiando el estilo naturalista y mundano del arte griego, se aplicó cada vez más a las formas esquemáticas y estilizadas. Cuando se logra la paz de la Iglesia, en el año 313, y los cristianos pueden ejercer libremente su culto, se construyen numerosas basílicas: templos de tres a cinco naves que imitaban en su estructura una construcción romana dedicada a los litigios mercantiles. No existen pinturas, las cuales son reemplazadas por mosaicos. El mosaico es una decoración formada por pequeños fragmentos de mármoles, piedras de colores y cristales dorados, con los que se organizan dibujos y verdaderos cuadros. El mosaico se usaba en Roma en los pavimentos. En el arte cristiano primitivo se emplea en los muros y para decorar la bóveda en cuarto de esfera que cubre el ábside. Por circunstancia inexplicable, los más bellos mosaicos son los más antiguos, llenos de gracia y ligereza, como si prolongaran el arte romano, y conforme avanza el tiempo van tomándose más secos, más austeros, menos expresivos. Así serán los mosaicos de la época bizantina. El arte cristiano primitivo desconoce la escultura, puesto que era éste el recuerdo más penoso y denigrante de las religiones paganas.

El arte chino y el japonés

LA PINTURA CHINA La pintura china presenta orígenes muy oscuros y, a semejanza de la del México precolombino, es fundamentalmente ideográfica. Sin embargo, los orígenes de la pintura y el arte chinos se fijaron hacia la entrada de este país en la Edad de Hierro, hecho que se produce aproximadamente a comienzos del siglo II a. de J. C. Como se ve, la antigüedad remotísima de la cultura china es sólo un hecho legendario. Una leyenda señala para esta época, en tiempos del emperador Han-wu-ti (140-86 a. de J. C.), el nacimiento del retrato, pero no hay ninguna obra que nos sirva de testimonio. Lo mismo ocurre con las referencias históricas que atribuyen a un pintor llamado Mao-yen-chu la representación de la figura humana, en tiempos del emperador Yuan-ti (4832 a. de J. C.) de la dinastía de los Han. Tenemos testimonios artísticos de esta época, sin embargo; pero aquí se trata de escultura (se conservan hermosas piezas de los Han, entre ellas el famoso tigre de mármol, fechado en 206 d. de J. C.) y las crónicas citan pintores y funcionarios, letrados, y hasta un generalísimo del emperador, Tchu-ko-leang (Kongming), que se dedican a la pintura, pero de quienes no se conserva ningún testimonio. En seguida, y bajo la introducción del budismo en China (siglo III) se transforma casi totalmente el sentido artístico de los chinos, con la llegada de pinturas y estatuas indias. Es a partir de entonces cuando la pintura propiamente dicha, de la que existen muchos testimonios, comienza a desarrollarse. Persiste el sentido caligráfico e ideográfico del pueblo chino, pero con todo, existen paisajes en que se busca lo pintoresco. Los principales pintores, a partir de entonces, fueron: SIETCHUAN-TSE, pintor de cacerías de tigres; UANG-UEI; TCHENTCHEU, paisajista del siglo XV; UEN-TCH'ENG-MING, del siglo XVI. Pero el arte chino es sobre todo un arte fino, un arte, puede decirse, de delicados bibelots. PINTURA CHINA. El grabado muestra una pintura típica del siglo IX, que representa un noble chino de la época de los T'ang, dinastía que cayó en el siglo X.
INFLUENCIAS Se distinguen dos períodos en la escultura china: el primero se caracteriza por no haber recibido influencia del arte indio; así son los bajos relieves de la dinastía de los Han. El segundo período es posterior, con marcada influencia india: arte lleno de fantasía como aquél. Existen esculturas esculpidas en la roca en Hang-t-cheu. Durante sus tiempos prehistóricos, el Japón, que sólo cultiva un arte megalítico (Edad de Piedra y Bronce) no registra ninguna expresión pictórica ni escultórica. La civilización nipona, comienza sólo en el siglo VI, con la introducción del budismo. Desde un principio, el arte japonés recibe una enorme influencia china. Las obras más notables de escultura japonesa son las estatuas que representan al dios Buda, y el más famoso escultor fue ZINGORO, del siglo XVII, escultor de animales asombrosamente representados. Una peculiaridad del arte japonés consiste en las máscaras, unas rituales y otras para actores teatrales. LA PINTURA JAPONESA Iniciada, como queda dicho, en tiempos relativamente recientes, la pintura japonesa es una de las manifestaciones artísticas más notables de este país. El pintor japonés es en extremo hábil, su toque es ligero, suave, pero de una exactitud sorprendente. Existen pinturas conocidas con el nombre de kakemonos, realizadas en seda o en papel, y que se enredan en un cilindro de bambú. Existen también notables pintores japoneses y el arte de este pueblo ha influido considerablemente sobre el de Europa. Los principales artistas son MATAHEY, fundador de la escuela realista en el siglo XVII; GENROKAU KORIN, muy personal; GOSHIN, siglo XVIII; o KIO; SOSEN, animalista; KOSUT KAVA y UTAMARO, uno de los maestros de la estampa en color y HOKUSAI, el más célebre, vigoroso, variado, de una virtuosidad incomparable; YOSAI del siglo XIX, pintor dotado de gran poesía, y, finalmente, el gran paisajista HIROSHIGUE, uno de los maestros de esta manifestación artística en el arte del mundo. La última manifestación artística del Japón, ya europeizada, debe verse en el pintor y dibujante FUJITA, de una incomparable habilidad, plenamente japonesa. PINTURA JAPONESA. Detalle del cuadro "La ola", de Hokusai, el más célebre de los pintores nipones y probablemente uno de los artistas más notables de todas las épocas.

El arte escultórico en España

La escultura en España comienza en los tiempos primitivos, pero no es una escultura original. Días llegarán en que represente, quizás, a España con la mayor personalidad posible; mas al principio todas las obras de escultura parecen de influencia importada. Primero los fenicios, después los griegos y más tarde los romanos, todos, dejan en España muestras de escultura, algunas tan magníficas como la famosa Dama de Elche, en que se unen el lujo de Oriente, las joyas y el tocado fantástico con un profundo sentimiento de verdad en el rostro. La escultura románica se inicia con el arte de los visigodos y con la escultura asturiana, ruda, primitiva, de una ingenuidad conmovedora. Más tarde aparece la influencia bizantina en las figuras alargadas y los pliegues menudos y, en 1183, aparece la obra maestra que ya hemos reseñado al hablar de la cultura románica: el famoso Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago de Compostela, obra del maestro Mateo. La escultura funeraria comienza imitando los sarcófagos romanos; pero va desenvolviéndose poco a poco hasta llegar a producir las esculturas yacentes, es decir que la figura del muerto yace tendida sobre su sepulcro, así como las orantes son las que se encuentran de rodillas. Esta escultura habrá de producir, con el tiempo, una serie de estatuas dotadas de un espíritu prodigioso de verdad y, al mismo tiempo, de gran elegancia; la más famosa sin duda es la que se conserva en la catedral de Sigüenza, que representa a don Martín Vázquez de Arce, el famoso Doncel de Sigüenza. DONCEL DE SiGUENZA. Pieza maestra de escultura funeraria española del siglo XVI. La escultura ojival está representada generalmente por artistas extranjeros, sobre todo flamencos, alemanes y borgoñones, que encuentran en España campo magnífico para desarrollar su arte. La influencia de Francia, que se había dejado sentir antes, desaparece. En cambio, en el Renacimiento, son los italianos los que han de predominar; pero en la misma época comienzan a distinguirse los artistas propiamente españoles. Entre ambos forman la pléyade de escultores del siglo XVI. Citemos aquí los siguientes: FELIPE BIGARNY, BARTOLOME ORDOÑEZ, DIEGO DE SILOE, ALONSO BERRUGUETE, JUAN DE JUNI y otros. Berruguete estudió en Italia, donde se dedicó a copiar obras clásicas y sufrió, indudablemente, la influencia de Miguel Angel, lo cual no quiere decir que fuera discípulo suyo, como algunos afirman. Comenzó siendo pintor, ya que su padre lo había sido, pero al fin se decidió por la escultura, para la cual estaba dotado de genio. "Su exaltado emperamento artístico no le permitía disponer de paciencia; sus esculturas están poseídas de una furia característica. La figura femenina no le interesa; prefiere tipos enjutos, nerviosos, en actitudes de violento dinamismo; cuerpos retorcidos que abrigan espíritus torturados por no sabemos qué íntimo dolor; no le preocupa la anatomía ni la corrección", dice un crítico, y ya hemos marcado nosotros cómo este arte de Berruguete debe haber ejercido influencia enorme sobre ese otro visionario que se llamó El Greco. El siglo XVII ve nacer la gran pléyade de escultores naturalistas que han de formar la gloria de su patria. En Castilla, GREGORIO HERNANDEZ (1566-1636), quien trabaja en Valladolid, en tanto que MANUEL PEREYRA lo hace en Madrid. En Andalucía, dos centros: Sevilla, dominado por JUAN MARTINEZ MONTAÑES (1568-1649), y Granada, en que reina ALONSO CANO. Es esta escultura eminentemente realista. Está elaborada en madera y poli-cromada. La técnica que se emplea ya desde esta época, recibe el nombre de estofado, que se deriva sin duda de la palabra francesa étoffe, que significa te la rica. La técnica del estofado es la siguiente: el escultor termina su obra en el color natural de la madera y se la entrega al dorador; éste comienza por cubrirla con una fina capa de yeso, después le aplica una sustancia amarilla llamada bol, y cuando la figura está seca, le aplica pequeñas láminas delgadísimas de oro fino que pega con ciertos aglutinantes. En seguida bruñe el oro con un instrumento de ágata, de manera que la figura, salvo el rostro, las manos y los pies, parece de oro legítimo. Con un instrumento punzante dibuja los bordados que ha de tener la tela y, después, con pintura, imita los ropajes. Para las partes no cubiertas así, emplea otra técnica que se llama encarnación, que imita, como su nombre lo dice, la piel humana

El arte etrusco

No se conoce con seguridad el origen de los hombres que poblaron la península a la que hoy damos el nombre de Italia. Se mencionan diversos pueblos: los italiotas, los pelasgos, los etruscos, los fenicios y otros. De todos estos núcleos el que persiste con más fuerza es el etrusco. Se ignora si fue autóctono o migratorio. Los sabios se inclinan por esta opinión y se acepta, en general, la afirmación de Heródoto, como portavoz de casi toda la antigüedad, que acepta un origen lidio para los etruscos. Se supone, así, que llegaron a Italia entre los siglos X y vil a. de J. C., fundando una confederación de ciudades que ejercía su poder hasta el río Amo, por el Norte, y hasta las ciudades de la Magna Grecia, por el Sur. La cultura de los etruscos dura diez siglos y cede el paso obligada por diversas presiones: los galos por el norte, los griegos por el sur, pero sobre todo por el núcleo romano que va formándose hacia el siglo in a. de J. C. y ha de absorber todo el período y toda la cultura, como el foco más intenso de su época y como uno de los más valiosos en la historia de la humanidad. Resumiendo estas ideas, vemos que la civilización etrusca, predecesora del arte romano, se extiende entre el Tíber y el Amo, y aunque no se conocen los orígenes de los etruscos, se sabe que recibieron dos influencias extrañas que formaron su fisonomía especial: las del Oriente y Grecia. La influencia griega se facilita por la fundación de las ciudades de esa nación en Sicilia, en los siglos VII y VI a. de J. C., y por el establecimiento de Cartago y el gran comercio y tráfico de los pueblos llamados fenicios, quienes, a falta de una cultura propia, se encargaban cuidadosamente de transmitir las culturas de los pueblos civilizados. La escultura etrusca comprende tres variedades: trabajos en piedra, de los que se conservan muy pocos; esculturas en bronce, a las cuales pertenece la famosa loba, fundadora de Roma, y finalmente, esculturas en terracota, empleadas casi siempre para cubiertas de sarcófagos. Existe igualmente una pintura etrusca en la que pueden advertirse claramente, por la importancia de los testimonios que han llegado hasta nosotros, cuatro períodos o grupos. El primero, que coincide con la época en que los griegos ocupan Sicilia y la Magna Grecia (Siglo VII a. de J. C.) refleja la influencia helénica arcaica de tipo corintio, y particularmente la jónica. Ejemplifican este grupo las pinturas murales descubiertas en Vei y las pinturas en láminas de arcilla de Caera. Junto a la influencia griega, aparece desde un primer momento el sentido decorativo etrusco caracterizado por un espíritu realista autóctono. Se advierte una gran preocupación por el tema, y las pinturas murales se efectúan sobre un fondo blanco. Como los griegos, los etruscos usan un color para los hombres (rojo en este caso) y otro para las mujeres (blanco). El segundo grupo (siglo VI a v a. de J. C.) está representado por los famosos frescos de Tarquino, en donde junto al arcaísmo griego se acentúa el notable verismo etrusco. Con acierto ha escrito Salomón Reinach, sobre estos murales, que "en el estilo hay algo de la precisión y el rigor que se admirará, 18 siglos más tarde, en los frescos de Mantegna y de Signorelli". De aquí que pueda afirmarse, con otros autores, que en estos frescos nace ya el sentido artístico local que mucho más adelante, será denominado "orden toscano". Esta es, a la vez, la parte original de esta pintura tan sometida a la influencia griega. Tanto un aspecto como el otro siguen desarrollándose en el período siguiente (siglo v) que, con el anterior, compone la Edad de Oro de la pintura etrusca. En este tercer grupo, los colores convencionales siguen utilizándose aún para los animales (los caballos, por ejemplo, se pintan de azul), y la técnica general coincide con la cerámica griega de figuras rojas, que, como hemos visto, sucedió en el Egeo a la cerámica anterior de figuras negras. En los frescos, como en las tablas de arcilla, la expresión es más vivaz, y en cambio el estilo es deliberadamente más solemne y rígido, aunque mucho más desarrollado. Los temas que se prefieren son, como en el período anterior, locales y anecdóticos. En el cuarto y último grupo (siglo IV), se registra bajo la influencia del estilo pictórico griego de la época, un dibujo más libre. Los ropajes son tratados con simplicidad, el desnudo se modela ligeramente y los temas son preferentemente mitológicos con referencia casi exclusiva al reino de la muerte. Los mitos locales se mezclan con los griegos, el repertorio gana en variedad, se utiliza la tempera, y luego la pintura decae, tal como la cultura etrusca total, que dentro de poco será totalmente absorbida por Roma. Esta última época, de decadencia, emplea un barroquismo que complica las posturas, intensifica el movimiento y obtiene ya efectos de perspectiva y claroscuro. El arte etrusco, repetimos, viene a ser el punto que une el arte de Grecia con el arte romano. LA QUIMERA DE AREZZO. ARTE ETRUSCO. El sello artístico que luego dará personalidad, bajo la dominadora influencia helénica, al arte romano, está presente en esta escultura de bronce del siglo v antes de Jesucristo. El apego de los etruscos a la realidad da a este arte un "verismo" que, según Reinach, es el embrión del orden toscano, dentro de cuyo concepto se producirán en el Renacimiento obras tan notables como las de Signorelli.

Miguel Angel, pintor

La otra gran figura del Renacimiento romano es la de MIGUEL ANGEL, considerado indudablemente como uno de los genios artísticos más grandes que ha producido la humanidad. Miguel Angel fue, antes que nada, escultor, y quizás en su misma pintura encontramos más dotes escultóricas que de pintor. Las figuras de sus pinturas murales se mueven en el espacio y nos subyugan tanto como sus obras escultóricas. Hablemos de sus pinturas. En primer lugar, la decoración de la Capilla Sixtina, realizada de 1508 a 1512, en la parte de las bóvedas, y el muro del Juicio Final en la misma Capilla, de 1534 a 1541, lo que indica la grandeza, mejor dicho la enormidad de este trabajo. Cuando visitamos la Capilla Sixtina parece que nos encontramos en un mundo diverso, y así es, en efecto, el mundo que ha creado Miguel Angel. La fuerza avasalladora de su arte se nos impone de un modo casi brutal; nos sentimos anonadados, absortos por nuestra pequeñez e insignificancia frente a este artista que ha sabido crear estos mundos de maravilla, en que cada figura suya parece vivir su propia vida, dotada del fragmento de espíritu que este hombre genial supiera darle. La decoración de la bóveda comprende diversas escenas de la Creación, del Diluvio, figuras de los profetas, de las sibilas y de muchos personajes bíblicos. La característica de Miguel Angel es la fuerza: todos sus personajes presentan una musculatura vigorosa y constantemente en tensión, como si fuesen a disparar su energía en un momento dado. Para Miguel Angel no existe la gracia, sólo existe la fuerza: las figuras de mujer que reproduce parecen retratos de mujeres atletas, llenas de vigor y de formas rebosantes. El Juicio Final, la pintura más famosa de todos los siglos, cubre todo el fondo, el testero de la capilla. En el centro se ve la figura de Cristo que, con la mano levantada parece aniquilar a los réprobos, en tanto que la izquierda acoge con menos dureza a los justos. Y dentro de una arquitectura perfectamente construida, dominados por el ritmo musical de una salvaje sinfonía, se agrupan los millares de seres que palpitan en esta obra genial. Cada cuerpo, cada brazo, cada cabeza, ha sido estudiado en una forma precisa. Puede tomarse un pequeño fragmento y se creerá que es un cuadro aislado, así de perfecta es su ejecución. Junto a estas grandes creaciones que revelan todo el genio de Miguel Angel, otras pequeñas pinturas, que se mencionan como suyas, resultan débiles en comparación, como si allí nos hubiese entregado la mitad de su ser: la otra mitad nos la dio en su escultura.
MIGUEL ANGEL. Este desnudo, perteneciente a los frescos que decoran el techo de la Capilla Sixtina, en el Vaticano, está fechado en 1510.

El arte caldeo, asirio y persa

Los pueblos que habitaron la cuenca de los ríos Tigris y Eufrates produjeron un arte muy personal. Se encuentran antiquísimos relieves en Tello y la estatua más famosa que produjeron estos hombres es la del rey Gudea, cuyo cuerpo se encuentra en el Louvre de París. La figura está decapitada, pero muestra gran fidelidad de postura y detalles cuidadosamente trabajados. Bien famosos son a través de la historia los bajos relieves mesopotámicos; sus características son las siguientes: están trabajados en piedra suave, de ahí que sus salientes sean muy vigorosas para marcar la musculatura; todos ellos muestran gran potencia de movimiento y energía en el modelado. Los cuerpos humanos aparecen siempre vestidos, al contrario de los egipcios, que los representan siempre desnudos; por esta circunstancia los contornos son mucho más gruesos que los de los egipcios. Los bajos relieves representan, generalmente, escenas de caza o de guerra, y rara vez se encuentran temas de funerales. Uno de los relieves más hermosos del arte asirio es el que representa una leona herida por flechas. Figuras características del arte asirio, así como la esfinge lo es del arte egipcio, se encuentran en los famosos toros alados, que ornaban en filas las entradas de los templos. El toro alado presenta cabeza de hombre barbado, y en esa barba se encuentra una de las características de este arte, pues el cabello está ensortijado, formando pequeños discos en línea. Con objeto de que presenten un aspecto realista, estos toros alados tienen cinco patas, para que vistos de perfil conserven la actitud del movimiento. A este respecto, debemos recordar que el arte mesopotámico ha sido el producto de varias civilizaciones y razas, entre ellas y la más importante, la semita, siendo precisamente el hombre barbado una característica aportada por ellos. En efecto, con los acadios (hacia 2800 a. de J. C.) esta raza reemplaza a los sumerios, antiguos habitantes de raza no semita (su origen se desconoce) cuyas directivas artísticas generales (desde el 3300 a. de J. C.) son seguidas por los semitas, pero con la característica, entre otras, de proveer a sus figuras escultóricas de la clásica barba semítica, pues el arte súmero representa sus retratos con el rostro rasurado. Este tipo de hombre barbado de los semitas, con sus rizos ensortijados, se continúa a través de todo el arte mesopotámico, en tiempos de un segundo predominio de los sumerios (al que corresponde el citado rey de Gudea) de Dungi (2500 a. de J. C.), de la Babilonia (2200 a. de J. C.), donde vuelven a predominar los semitas, hasta los tiempos de Hamurabi (2000 a. de J. C.) emperador que se apodera de toda Siria, en el que el tipo se fija en el citado toro antropocéfalo. Es este arte, como se ve formado por un aporte originario no semita (súmero) y otro semita (acadio), el que se desarrollará a partir de Hamurabi como lo que hoy conocemos con el nombre de arte asirio. Los asirios, que parecen haber sido una tribu hetita babilonizada, desarrollaron este mismo arte bajo la influencia de la tradición súmero-acadia, el cual llega a su apogeo en tiempos en que se ha instaurado ya el Imperio Asirio (el palacio de Sargón, en el 722-705 a. de J. C.) y especialmente en tiempos del famoso Asurbanipal, llamado también Sardanápalo (668-662 a. de J. C.). Un ejemplo del arte de esta época es la leona herida por flechas ya citada, que es uno de los relieves cinegéticos mandados hacer por este emperador, y en donde la síntesis y el realismo se funden en una expresión de fuerza y de elegancia formal realmente magnífica. Posteriormente, tanto la pintura como la escultura pasan ya al servicio exclusivo de la pintura. Es cierto que la finura con que los asirios han reproducido las telas, el cuidado que ponen en el peinado de sus personajes, revelan unas dotes de observación muy refinadas, pero toda la escultura del arte de esta época, llamado ninivita por la entonces capital del Imperio, Nínive, está supeditada al arte de construir: es un ornato arquitectónico. Lo mismo puede afirmarse de la pintura ninivita. Se reduce a aplicaciones sobre ladrillo de estuco coloreado, y se emplea para fabricar losetas esmaltadas, que más tarde aprovechará Persia y que, al correr de los siglos, dará origen a ese revestimiento esmaltado que conocemos con el nombre de "azulejos". Esta situación se continúa después de la muerte de Asurbanipal (633) cuando Nínive cae bajo los babilonios, quienes dominarán luego toda Asiria, y se prolonga hasta que Babilonia cae, bajo Ciro (539), en poder de los persas. En cuanto al arte de los persas, es decir, el del país que se extiende en la meseta del Irán, desde el río Tigris hasta el Indus, ha sufrido, por un lado, la influencia de sus vecinos los asirios y, por otro, el de la civilización helena del Asia Menor. Comprende este arte cuatro períodos perfectamente caracterizados: el Aqueménida, que va de 550 a 331 a. de J. C. Arte de los grandes monarcas concentrado en las residencias reales de Pasargada, Persépolis y Susa. Los períodos Seléucida y Parto que abarcan del año 323 a. de J. C. a 226 de la Era Cristiana, en que se hace notable ya la influencia de Grecia, y el período Sasánida de 226 a 636, de reacción nacional contra el helenismo, apoyándose en el culto local a Zoroastro, antes de que el país sea dominado por la religión musulmana. Cultivaron los persas el arte de la arcilla esmaltada con gran perfección. Frisos enteros se encuentran adornados con relieves de leones o de arqueros, en que la parte que sobresale del paño del muro presenta una superficie bellamente esmaltada. Tal, por ejemplo, el famoso relieve llamado de Los Inmortales. El último período, el Sasánida, alcanza hasta la época del arte bizantino, sobre el cual ejerce, indudablemente, gran influencia, como a su tiempo veremos. En general, el rasgo característico del arte persa consiste en el predominio de la arquitectura, y su característica radica en la preferente y casi exclusiva construcción de tumbas y palacios. RELIEVE CINEGETICO ASIRIO. Ejecutado probablemente hacia el siglo VII a. de J. C., este relieve es una muestra magnífica del arte mesopotámico. Representa al rey en una partida de caza, siendo notables la síntesis y el realismo de la forma.

El arte bizantino

Se conoce con el nombre de arte bizantino el que florece en la ciudad llamada Bizancio, que se transformó en Constantinopla cuando el emperador Constantino trasladó allí su corte. Tiene su origen en el siglo IV, y es una mezcla del arte de Oriente con las influencias helénica y romana. La consecuencia es un arte de extremo lujo y de formas peculiares y dotado de gran personalidad. Acaso es uno de los artes más personales que han existido a través de los siglos. Otra característica del arte bizantino debe verse en su unidad. Es un arte eminentemente religioso en que el templo constituye el núcleo sobre el cual vienen a sobreponerse las demás manifestaciones artísticas; así, no podemos hablar de pintura, no podemos mencionar la escultura sino con relación siempre al templo, que adopta una forma igualmente peculiar. Las características del templo deben verse sobre todo en el empleo de la cúpula sobre pechinas, que habían descubierto los persas, y que a partir de la época bizantina se generaliza en Europa. El plano de los templos afecta la forma de una cruz griega, es decir, de brazos de igual extensión. Los capiteles son finamente esculpidos, dobles o de dos pisos, y todo el interior se cubre de mosaicos que hacen del templo un joyel maravilloso. Mencionaremos entre los más notables los de Santa Sofía de Constantinopla, una de las iglesias más famosas del mundo; San Vital, en Ravena, y San Marcos de Venecia, cuyos mosaicos convierten el interior en un sueño fantástico. La pintura sólo se emplea como elemento decorativo, para completar el efecto causado por los mosaicos; son frisos formados por perlas, cintas, corazones, palmetas, cuadrifolias, etc. La escultura es eminentemente decorativa, no existe la de bulto redondo, sino simplemente la de bajos relieves que decoran altares, sarcófagos y aun muebles. En este caso está finamente trabajada en marfil. El arte bizantino es un arte esencialmente decorativo y monumental. Aúna a los lujos fantásticos del Oriente la severidad de las formas del arte cristiano primitivo. Las figuras de santos, representadas en los mosaicos, se alargan desmesuradamente, como si quisieran desprenderse de la materia para convertirse únicamente en expresiones del espíritu. Presenta además un detalle peculiar en la forma en que están arreglados los patios que cubren a los personajes: en menudos pliegues paralelos que contribuyen a dar más ligereza y esbeltez a esta serie de santos que, formados en fila a los lados de los muros, parecen iniciar una danza mística hacia la gloria.
ARTE BIZANTINO. "Madonna con el Niño Jesús" es el título de esta obra bizantina del siglo XII, descubierta en un convento de España, adonde fue llevada probablemente por un cruzado a su regreso de Oriente. Es una muestra típica del arte bizantino.

El arte barroco

Se conoce con el nombre de arte barroco una modalidad estilística que se produce en Europa durante el siglo XVII y que luego se prolonga durante casi todo el XVIII, aunque con modalidades nuevas y nombres diversos, según las zonas en que se desarrolla. El arte barroco que es por excelencia el estilo del siglo XVII, viene a ser una alteración de las formas clásicas y, a la vez, una mezcla de diversos estilos anteriores. Se produce así una manifestación que se presenta de diverso modo, según los temperamentos de cada país. Así el barroco septentrional es tan frío y mesurado que podría ser el estilo clásico en otros países. Tal acontece en Inglaterra, en que este estilo es conocido con el nombre de Lily. En Francia el barroco toma las designaciones de los reyes borbónicos, los famosos Luises XIV y XV. La base del estilo barroco francés debe verse en la rocaille, que genera el estilo llamado rocoto (impropiamente llamado rococó, ya que se trata de una palabra italiana), de ornato vegetal curvilíneo, que se combina en mil manifestaciones diversas. En el estilo Luis XIV, la rocaille es simétrica casi siempre, es decir, los adornos pueden dividirse por un eje vertical, en tanto que en el Luis XV la rocaille es asimétrica, es decir, no es igual en los dos lados, sino caprichosamente diversa. En Italia el barroco está representado por un gran artista: el Bernini, escultor y arquitecto, que llena a Roma de monumentos fastuosos y de esculturas dramáticas, en que el revuelo de los paños se une a la expresión exagerada de los rostros. Cuando el barroco se extrema, incurre ya en un mal gusto por la exageración de las libertades, y de esta manifestación es otro artista el corifeo: Borromini. En Alemania el barroco toma dos modalidades: es en el Norte severo y grave, en tanto que en el Mediodía es juguetón y travieso como el de cualquier país latino. En España el barroco sigue un desarrollo de sumo interés: al estilo severo y adusto del Escorial, sigue, como reacción, una mayor libertad en el empleo de los órdenes clásicos: se alteran éstos en sus proporciones, se rompen los entablamientos, se edifican frontones rotos, ya horizontales, ya terminados en espiral; se modifican las formas de puertas y ventanas y se produce una modalidad nueva en el arte, que tiene sus correspondientes tanto en pintura como en escultura. Este barroco pasó a América casi con las mismas formas que se han producido en España. El estilo plateresco, que había dominado a fines del siglo XVI y principios del XVII, dejó su lugar a esta modalidad que se adaptaba perfectamente al temperamento ardiente y sensual de América. Durante el resto del siglo XVII y principios del siguiente, las construcciones siguen esta modalidad y lo mismo la escultura que la pintura se adaptan a ellas, como veremos. En el siglo XVIII, el barroco español sufre una alteración: exagera sus libertades y se vuelve estilo puramente ornamental; casi toda la arquitectura puede reducirse a ornamentación escultórica. La fantasía de los artistas se aguza para producir obras que carecen de sentido constructivo, pero en las cuales la decoración es riquísima. Este estilo recibe el nombre de churrigueresco, por creer que proviene de un artista, JOSE CHURRIGUERA. En la actualidad se sabe que no fue él el principal autor de esta modalidad, pero el nombre hizo fortuna y se ha conservado para significar algo complicado, absurdo, exuberante. La reacción, en España, fue rápida contra este estilo, en que sólo se veía la locura y la sinrazón. En cambio, en América, sobre todo en México, el churrigueresco produce grandes monumentos religiosos que parecen encerrar el espíritu mismo de los habitantes del Nuevo Continente, que ya se había diferenciado de sus antecesores españoles. Las grandes iglesias de Tepotzotlán, Tasco, Santa Rosa y Santa Clara de Querétaro, el Sagrario y la Santísima de México, y el Santuario de Ocotlán en Tlaxcala, se cuentan, según el crítico inglés Sacheverell Sitwell, entre los más importantes monumentos barrocos del mundo. Digamos para concluir que el estilo barroco no es solamente una modalidad arquitectónica. Su amor por la luz, su tendencia a lo suntuoso tan de acuerdo con la pompa católica a cuyo ornato se aplica con frecuencia, su gusto por lo patético y su afán por asombrar y sorprender, influye también en la pintura y la escultura de la época, con distintos matices según los países y las individualidades artísticas en que se manifieste. Sin embargo, puede ser el denominador común de todo el arte del siglo XVII, que pasaremos a estudiar en los capítulos siguientes. Velázquez, Rubens, Rembrandt, cada uno a su modo, han sido pintores barrocos, tanto como Caravaggio y Zurbarán
PLUTON Y PROSERPINA. Bernini fue el típico representante de la escultura barroca, efectista y complicada, que privó en todo el siglo XVII. (Museo Borghese, Roma)

El arte en la América precolombina

Los pueblos que habitaron el continente que hoy conocemos con el nombre de América, fueron grandes artistas. Existen semejanzas étnicas y plásticas que han hecho suponer que estos grupos de hombres recibieron una influencia migratoria o, por lo menos estilística de los asiáticos. Científicamente nada de esto se ha demostrado. Por lo que a escultura se refiere podemos encontrar en los diversos grupos raciales, que hoy denominamos culturas, manifestaciones de primer orden. Así, los pueblos de civilización náhoa, que se extienden desde el núcleo central de México hasta la parte norte de Sudamérica, producen, en sus diversas etapas, esculturas muy vigorosas. Los llamados toltecas se caracterizan por un arte escultórico de líneas más bien rectangulares y por una imaginación muy despierta que reviste de formas fantásticas a su famoso dios Quetzalcoatl, la serpiente emplumada. Los aztecas que dominaban en casi todo el país de México a la llegada de los españoles, sabían tallar en basalto figuras simbólicas de gran emoción religiosa, como el gran monolito de la Coatlicue, la diosa de la tierra y de la muerte; el llamado Calendario Azteca, el Cuauxicali de Tízoc, el gran Cuauxicali en forma de tigre, piedras éstas para recoger la sangre de los sacrificados. Sabían también esculpir retratos de gran realismo, como la cabeza del Caballero Aguila y la del hombre muerto. Los mayas, que dominaban la península de Yucatán y Centroamérica ofrecían una escultura sensual, trabajada en piedra suave, caliza, la cual forma la estructura de esa región y nos dejaron un conjunto de estatuas, de estelas y de bajos relieves que producen la idea de una vida muelle y agradable. El llamado Cuadrángulo de las Monjas, en Uxmal, es de tal armonía que recuerda las obras griegas. Los pueblos de la costa del golfo, totonacos y huastecos son también escultores y su arte se relaciona íntimamente con el arte maya, como pueblos de una misma familia. Los totonacos llegan a crear mascarillas sonrientes que indican gran refinamiento y dotes de observación, puesto que captan una de las manifestaciones más espirituales del hombre: la risa. Los tarascos, en su región de Michoacán, lograron verdaderos aciertos escultóricos realizados en cerámica; es decir, que de una manifestación puramente industrial, como es la cerámica o el arte de la arcilla, ellos han logrado crear una expresión de arte elevada: esculturas humanas y de animales, llenas de gran verdad e impregnadas a veces de un sutil humorismo. Los zapotecas de la región del Estado de Oaxaca son también escultores en arcilla, pero sus creaciones son todas terroríficas, pues las urnas famosas que elaboraron, representan deidades fantásticas y espantables. Los pueblos del continente del Sur, son también escultores, aunque su mayor expresión artística se encuentra en la arquitectura. Por una parte tenemos la escultura en forma de paralelepípedo, cara en la región de Tiahuanaco. Por otra parte, los relieves de las regiones peruanas, que parecen prolongarse hasta la época colonial en los finos adornos que encontramos en las iglesias del Titicaca y de Arequipa. Y así como en México existió una escultura cerámica, los hombres del Sur supieron crear maravillosas esculturas en barro. Los famosos huacos de la civilización llamada chimú representaron seres humanos, con una realidad y una gracia humorística que los coloca, indudablemente, entre los más importantes del mundo en su género. Coincidencia interesante: esta manifestación artística se asemeja mucho a la de los indios tarascos de Michoacán. Los vasos de la cultura pazca, estilizados, más simples, más modernistas por así decirlo, buscan, por ende, un arte más subjetivo, que para nosotros es de gran mérito. Los incas logran obtener una cerámica de tipo más clásico: parece emparentarse con la griega por lo menos en las formas.
LA COATLICUE, DIOSA DE LA TIERRA Y DE LA MUERTE. Tallado en basalto, este monolito es una joya del arte azteca. La pieza denota un depurado sentido constructivo y rítmico. LA PINTURA La pintura no florece con la misma intensidad que las otras manifestaciones artísticas. Es, además, muy deleznable, por lo que no podemos apreciarla al igual que la arquitectura y la escultura. Hoy sabemos, sin embargo, que floreció indudablemente entre los pueblos indígenas de América, y cada día se realizan nuevos descubrimientos. Los aborígenes de México decoraron sus edificios pintando sus elementos constructivos como los griegos, y con pinturas murales. En Teotihuacán se descubrieron algunas de gran fuerza artística; unas son simbólicas, como todo el arte indígena, pero otras se acercan más al realismo, como aquella que representa el Paraíso Indígena, en que los hombres juegan, cantan y expresan, plásticamente, su inefable felicidad. También en Yucatán se han encontrado pinturas murales de gran importancia: ninguna tan valiosa como la que representa escenas a orillas del mar, en el Templo de los Guerreros, en Chichén Itzá. Aquellos hombres han olvidado por un momento su religión y se dedican a vivir su vida como cualquier mortal. El último descubrimiento relativo a la pintura maya fue realizado en mayo de 1947, en el lugar llamado Bonampak al norte del Estado de Chiapas. Se conocían desde 1946; pero no fue sino en esa fecha cuando se descubrieron las decoraciones pintadas en el interior de un templo. Representan una procesión de sacerdotes acompañados por músicos que tocan fantásticos instrumentos. La coloración es viva, con grandes espacios pintados en un solo color y se conservan en buen estado. Tan interesante como la pintura mural es la que se desarrolla en los libros indígenas llamados códices. Debe recordarse que esos pueblos sólo conocen la escritura pictográfica. El pintor, el tlacuilo, es el sabio que guarda los secretos de las cosmogonías indígenas, los relatos históricos y fabulosos de los pueblos, la cronología de sus reyes y las fechas en que debían efectuarse las fiestas rituales. Aparte de su valor científico e histórico, que es enorme, estos documentos tienen gran importancia artística. Su técnica es elemental: colores puros extendidos dentro de perfiles negros; no existe perspectiva, las figuras más lejanas son las más altas, como en los relieves egipcios. Pero su sentido de composición revela las grandes dotes decorativas de aquellos pueblos: un pequeño cuadrete en un códice está decorado por un sinfín de figuras armoniosamente distribuidas. Los códices indígenas sobrevivieron en la época colonial, si bien ya con motivos cristianos. No conocemos pinturas de los pueblos sudamericanos. Esto, sin embargo, no prueba que no hayan existido, pues su pintura aplicada a objetos de arte industrial es magnífica. El sentido pictórico que vemos en los vasos de los indios del Perú, así como las decoraciones, a veces maravillosas, de las telas, ora bordadas o tejidas, demuestran sus dotes de armonía y de estilización

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