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lunes, 4 de enero de 2016

El arte escultórico en España

La escultura en España comienza en los tiempos primitivos, pero no es una escultura original. Días llegarán en que represente, quizás, a España con la mayor personalidad posible; mas al principio todas las obras de escultura parecen de influencia importada. Primero los fenicios, después los griegos y más tarde los romanos, todos, dejan en España muestras de escultura, algunas tan magníficas como la famosa Dama de Elche, en que se unen el lujo de Oriente, las joyas y el tocado fantástico con un profundo sentimiento de verdad en el rostro. La escultura románica se inicia con el arte de los visigodos y con la escultura asturiana, ruda, primitiva, de una ingenuidad conmovedora. Más tarde aparece la influencia bizantina en las figuras alargadas y los pliegues menudos y, en 1183, aparece la obra maestra que ya hemos reseñado al hablar de la cultura románica: el famoso Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago de Compostela, obra del maestro Mateo. La escultura funeraria comienza imitando los sarcófagos romanos; pero va desenvolviéndose poco a poco hasta llegar a producir las esculturas yacentes, es decir que la figura del muerto yace tendida sobre su sepulcro, así como las orantes son las que se encuentran de rodillas. Esta escultura habrá de producir, con el tiempo, una serie de estatuas dotadas de un espíritu prodigioso de verdad y, al mismo tiempo, de gran elegancia; la más famosa sin duda es la que se conserva en la catedral de Sigüenza, que representa a don Martín Vázquez de Arce, el famoso Doncel de Sigüenza. DONCEL DE SiGUENZA. Pieza maestra de escultura funeraria española del siglo XVI. La escultura ojival está representada generalmente por artistas extranjeros, sobre todo flamencos, alemanes y borgoñones, que encuentran en España campo magnífico para desarrollar su arte. La influencia de Francia, que se había dejado sentir antes, desaparece. En cambio, en el Renacimiento, son los italianos los que han de predominar; pero en la misma época comienzan a distinguirse los artistas propiamente españoles. Entre ambos forman la pléyade de escultores del siglo XVI. Citemos aquí los siguientes: FELIPE BIGARNY, BARTOLOME ORDOÑEZ, DIEGO DE SILOE, ALONSO BERRUGUETE, JUAN DE JUNI y otros. Berruguete estudió en Italia, donde se dedicó a copiar obras clásicas y sufrió, indudablemente, la influencia de Miguel Angel, lo cual no quiere decir que fuera discípulo suyo, como algunos afirman. Comenzó siendo pintor, ya que su padre lo había sido, pero al fin se decidió por la escultura, para la cual estaba dotado de genio. "Su exaltado emperamento artístico no le permitía disponer de paciencia; sus esculturas están poseídas de una furia característica. La figura femenina no le interesa; prefiere tipos enjutos, nerviosos, en actitudes de violento dinamismo; cuerpos retorcidos que abrigan espíritus torturados por no sabemos qué íntimo dolor; no le preocupa la anatomía ni la corrección", dice un crítico, y ya hemos marcado nosotros cómo este arte de Berruguete debe haber ejercido influencia enorme sobre ese otro visionario que se llamó El Greco. El siglo XVII ve nacer la gran pléyade de escultores naturalistas que han de formar la gloria de su patria. En Castilla, GREGORIO HERNANDEZ (1566-1636), quien trabaja en Valladolid, en tanto que MANUEL PEREYRA lo hace en Madrid. En Andalucía, dos centros: Sevilla, dominado por JUAN MARTINEZ MONTAÑES (1568-1649), y Granada, en que reina ALONSO CANO. Es esta escultura eminentemente realista. Está elaborada en madera y poli-cromada. La técnica que se emplea ya desde esta época, recibe el nombre de estofado, que se deriva sin duda de la palabra francesa étoffe, que significa te la rica. La técnica del estofado es la siguiente: el escultor termina su obra en el color natural de la madera y se la entrega al dorador; éste comienza por cubrirla con una fina capa de yeso, después le aplica una sustancia amarilla llamada bol, y cuando la figura está seca, le aplica pequeñas láminas delgadísimas de oro fino que pega con ciertos aglutinantes. En seguida bruñe el oro con un instrumento de ágata, de manera que la figura, salvo el rostro, las manos y los pies, parece de oro legítimo. Con un instrumento punzante dibuja los bordados que ha de tener la tela y, después, con pintura, imita los ropajes. Para las partes no cubiertas así, emplea otra técnica que se llama encarnación, que imita, como su nombre lo dice, la piel humana

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