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lunes, 4 de enero de 2016

El arte etrusco

No se conoce con seguridad el origen de los hombres que poblaron la península a la que hoy damos el nombre de Italia. Se mencionan diversos pueblos: los italiotas, los pelasgos, los etruscos, los fenicios y otros. De todos estos núcleos el que persiste con más fuerza es el etrusco. Se ignora si fue autóctono o migratorio. Los sabios se inclinan por esta opinión y se acepta, en general, la afirmación de Heródoto, como portavoz de casi toda la antigüedad, que acepta un origen lidio para los etruscos. Se supone, así, que llegaron a Italia entre los siglos X y vil a. de J. C., fundando una confederación de ciudades que ejercía su poder hasta el río Amo, por el Norte, y hasta las ciudades de la Magna Grecia, por el Sur. La cultura de los etruscos dura diez siglos y cede el paso obligada por diversas presiones: los galos por el norte, los griegos por el sur, pero sobre todo por el núcleo romano que va formándose hacia el siglo in a. de J. C. y ha de absorber todo el período y toda la cultura, como el foco más intenso de su época y como uno de los más valiosos en la historia de la humanidad. Resumiendo estas ideas, vemos que la civilización etrusca, predecesora del arte romano, se extiende entre el Tíber y el Amo, y aunque no se conocen los orígenes de los etruscos, se sabe que recibieron dos influencias extrañas que formaron su fisonomía especial: las del Oriente y Grecia. La influencia griega se facilita por la fundación de las ciudades de esa nación en Sicilia, en los siglos VII y VI a. de J. C., y por el establecimiento de Cartago y el gran comercio y tráfico de los pueblos llamados fenicios, quienes, a falta de una cultura propia, se encargaban cuidadosamente de transmitir las culturas de los pueblos civilizados. La escultura etrusca comprende tres variedades: trabajos en piedra, de los que se conservan muy pocos; esculturas en bronce, a las cuales pertenece la famosa loba, fundadora de Roma, y finalmente, esculturas en terracota, empleadas casi siempre para cubiertas de sarcófagos. Existe igualmente una pintura etrusca en la que pueden advertirse claramente, por la importancia de los testimonios que han llegado hasta nosotros, cuatro períodos o grupos. El primero, que coincide con la época en que los griegos ocupan Sicilia y la Magna Grecia (Siglo VII a. de J. C.) refleja la influencia helénica arcaica de tipo corintio, y particularmente la jónica. Ejemplifican este grupo las pinturas murales descubiertas en Vei y las pinturas en láminas de arcilla de Caera. Junto a la influencia griega, aparece desde un primer momento el sentido decorativo etrusco caracterizado por un espíritu realista autóctono. Se advierte una gran preocupación por el tema, y las pinturas murales se efectúan sobre un fondo blanco. Como los griegos, los etruscos usan un color para los hombres (rojo en este caso) y otro para las mujeres (blanco). El segundo grupo (siglo VI a v a. de J. C.) está representado por los famosos frescos de Tarquino, en donde junto al arcaísmo griego se acentúa el notable verismo etrusco. Con acierto ha escrito Salomón Reinach, sobre estos murales, que "en el estilo hay algo de la precisión y el rigor que se admirará, 18 siglos más tarde, en los frescos de Mantegna y de Signorelli". De aquí que pueda afirmarse, con otros autores, que en estos frescos nace ya el sentido artístico local que mucho más adelante, será denominado "orden toscano". Esta es, a la vez, la parte original de esta pintura tan sometida a la influencia griega. Tanto un aspecto como el otro siguen desarrollándose en el período siguiente (siglo v) que, con el anterior, compone la Edad de Oro de la pintura etrusca. En este tercer grupo, los colores convencionales siguen utilizándose aún para los animales (los caballos, por ejemplo, se pintan de azul), y la técnica general coincide con la cerámica griega de figuras rojas, que, como hemos visto, sucedió en el Egeo a la cerámica anterior de figuras negras. En los frescos, como en las tablas de arcilla, la expresión es más vivaz, y en cambio el estilo es deliberadamente más solemne y rígido, aunque mucho más desarrollado. Los temas que se prefieren son, como en el período anterior, locales y anecdóticos. En el cuarto y último grupo (siglo IV), se registra bajo la influencia del estilo pictórico griego de la época, un dibujo más libre. Los ropajes son tratados con simplicidad, el desnudo se modela ligeramente y los temas son preferentemente mitológicos con referencia casi exclusiva al reino de la muerte. Los mitos locales se mezclan con los griegos, el repertorio gana en variedad, se utiliza la tempera, y luego la pintura decae, tal como la cultura etrusca total, que dentro de poco será totalmente absorbida por Roma. Esta última época, de decadencia, emplea un barroquismo que complica las posturas, intensifica el movimiento y obtiene ya efectos de perspectiva y claroscuro. El arte etrusco, repetimos, viene a ser el punto que une el arte de Grecia con el arte romano. LA QUIMERA DE AREZZO. ARTE ETRUSCO. El sello artístico que luego dará personalidad, bajo la dominadora influencia helénica, al arte romano, está presente en esta escultura de bronce del siglo v antes de Jesucristo. El apego de los etruscos a la realidad da a este arte un "verismo" que, según Reinach, es el embrión del orden toscano, dentro de cuyo concepto se producirán en el Renacimiento obras tan notables como las de Signorelli.

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